LA ESCUELA RESILIENTE
La resiliencia está
generando aportaciones de gran interés a los profesionales de la educación y de
la intervención social. No es de extrañar que en estos tiempos de grandes
transformaciones e incertidumbres en el contexto y, por supuesto, en las
escuelas, surjan aires de esperanza y positivismo. Hemos visto que la
resiliencia aporta básicamente una mirada positiva a la humanidad en su
dimensión individual, que pone el centro de atención en lo social y lo
comunitario y nos invita a vivir positivamente en el cambio e incluso
facilitándolo. La resiliencia nos invita también a hacer intervenciones y
políticas educativas que pongan la atención en las fortalezas, en lo que
funciona, en las oportunidades y en crear comunidades educativas “apreciativas” en las que se valore a las
personas y a las escuelas.
Forés y Grané (2012,
p.15) describen un entorno socioeducativo resiliente como “aquel que posibilita
a cada uno de los actores de ese entorno que desarrollen sus competencias
académicas, sociales y vocacionales. Construir entornos educativos resilientes
significa afianzar la confianza, el optimismo y la esperanza como elementos
constitutivos del tejido escolar. Se trata de enhebrar relaciones mediante
vocabularios de esperanza que se fundamentan en la frase: “tú me importas”.”
Las aplicaciones al
contexto escolar de la resiliencia han sido, y siguen siendo, múltiples, de
acuerdo a la evolución de este concepto a lo largo del tiempo y al contexto de
aplicación: desde la promoción de las características que se encontraron en
niños resilientes, pasando por la complementación de éstas con la creación de
contextos externos resilientes, hasta la implicación de toda la comunidad
educativa en el diseño y la promoción de programas de resiliencia adaptado a
las particularidades de cada contexto.
La experiencia nos dice que pequeñas acciones
realizadas por personas o departamentos espontáneamente en la promoción de la
resiliencia tienen una gran repercusión en la comunidad educativa y que pueden
aportar, cuando ésta es percibida, valorada y apoyada por sus miembros, la
semilla para acciones de mayor envergadura. Me refiero a aquellas en las que se
implica a toda la comunidad educativa en la construcción de una cultura de la
resiliencia que incluyen acciones en diversos niveles y que facilitan la
creación de sinergias entre sus elementos y sus componentes.
Implementando programas
con los diferentes agentes de la comunidad educativa (alumnos, Profesorado,
personal no docente, familias e incluso entorno sociocultural) en torno a:
v Conocimiento sobre la resiliencia mediante formación o
grupos de trabajo o de reflexión.
v Exploración sobre las propios factores de resiliencia y de
no resiliencia (individuales, comunitarios y por subsistemas).
v Diseño e implementación de las acciones a realizar
(programa) por toda la comunidad educativa preferiblemente.
v evaluación de la implementación y ajustes.
El paradigma de la resiliencia permite analizar las
realidades escolares y las dificultades que se presentan en los equipos y en
los alumnos – muy especialmente los que presentan dificultades de aprendizaje,
trastornos de comportamiento, los que han vivido o están viviendo situaciones
traumáticas….- de un modo constructivo, reconociendo los problemas y
movilizando los recursos de que se dispone, sean los que sean, desde la
realidad y con firmeza desde el positivismo y la esperanza.
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